En 1995 el servicio diocesano de formación del laicado convocó a un grupo de organizaciones de iglesia para plantear la necesidad de una formación sobre la realidad Norte Sur pero mirada desde el Evangelio, desde el compromiso: Conocer la realidad de nuestro mundo, los mecanismos con los que se mueve la economía…(VER) Mirar esa realidad desde Jesús, desde los documentos de la doctrina social de la iglesia (JUZGAR) para luego comprometerse en la construcción del Reino, (ACTUAR). Este año se cumple el 20 aniversario del curso que ha hecho posible el envío misionero y el compromiso con la justicia de muchos jóvenes.
Anahí Egia participó en el curso el año pasado. Nos cuenta lo que ha supuesto para ella ese proceso que culminó con su experiencia en Riobamba, Ecuador.
No me hubiera imaginado que atender a aquella reunión un día de octubre marcaría un antes y un después en mi proceso formativo y, sobre todo mi manera de querer ser y estar en el mundo. Semana a semana, y siempre con el apoyo y ánimo de la acompañante y compañeros, el curso ha sido el empujón que necesitaba para dar nombre y poder entender con más profundidad muchas situaciones y percepciones sobre las desigualdades de nuestro mundo. El curso ha sido el inicio de cambios en mi día a día hacia una estancia más justa, liberadora y sostenible en este mundo.
La formación también me dio la oportunidad de
viajar a Riobamba (Ecuador) el pasado agosto. Sin duda alguna, el viaje ha sido
la guinda para palpar y pasar por el corazón todo lo “des-aprendido” durante el
año de formación y dejar “prender” una nueva mirada y estilo de vida. El
encuentro con las personas de Ecuador durante el tiempo de misión, convivir
junto a ellas, conocer sus luchas, su cultura, su relación con Dios y la Pachamama (Madre Tierra)
me abrió los ojos ante realidades y formas de pensar que desconocía, todo ello,
hermanándome un poco más con ellas y realzando y valorando de forma más
consciente la condición humana.
Después de haber participado en el curso Norte-Sur
puedo decir que la formación me ha ayudado a madurar y transformarme como
persona y como cristiana, a mirar al mundo que me rodea con ojos más atentos y
críticos, y a sentirlo con un corazón un poco más palpitante y solidario. La
formación, el acompañamiento y, sobre todo, el compartir con los demás
compañeros del curso han sido pilares fundamentales en este proceso tan
enriquecedor, sorprendente y en ocasiones desafiante.
Tras ver, sentir, oler, escuchar, tocar…vivir otras
realidades, reafirmo con más fuerza que el “Hogar de Dios” es posible; que allí
donde haya personas buscando el “Sumak Kawsay” (la vida en plenitud) está Dios,
y que con formación, justicia, fe y mucho corazón podemos conseguir una vida
más digna, justa y plena para todas y todos.
Anahí Eguía